Artes de México

REVISTA ARTES DE MÉXICO | Cuerpos en bandeja: en el entramado del erotismo

13/01/2018 - 12:03 am

Como una conversación amorosa en medio de la noche, construida de piezas al azar, o por ocurrencia o por aparente casualidad, González Esteva nos regala Cuerpos en bandeja. Frutas y erotismo en Cuba.

Por Melinna Guerrero

Ciudad de México, 13 de enero (SinEmbargo).- Su libro, desde su condición de charla y con su precisa lucidez, nos hace probar el sabor de las frutas en Cuba. En cada una de sus páginas, la ocurrencia evoca autores, versos, maracas, mangos, papayas y árboles para conducirnos al centro de la isla.

Pienso en este texto, sobre todo, como un telar que se extiende sobre la superficie, que toma lo otro, o una porción de lo otro, para nutrir un núcleo muy específico y a partir de éste construir andamios y soportes para el ensayo que siempre son los días, el amor, las relaciones, las noches, los sitios, es decir, los lazos que forjamos con lo que está fuera de nosotros. Esteva recrea campos de interacciones entre la poesía de Nicolás Guillén con la de Octavio Paz o José Lezama Lima y Thomas Merton. Celia cruz, por ejemplo, aparece en alguna página para recordarnos que su famoso grito de “azúcar” existe ya en el cubano para lograr, al escucharla, lo imposible: “una intensificación de la euforia”. La piña, que en lo cotidiano nos hace pronunciar un verbo bellísimo como latoso o escandaloso, escaldar, para la isla cobra otro valor: “si algo asemeja a la luz es la pulpa de la piña, parece luz congelada,”. Esteva, además, encuentra en su forma la imagen de la mujer desnuda: “Más que cabello, más que cabeza, propiamente dichos, lo que corona el cuerpo de la mujer desnuda es una pedazo de la entraña de la piña, una hojuela jugosa, ya más humana que vegetal; como si de tanto mirarla –y acaso intimar con ella- la cabeza de la mujer ya sólo fuera una extensión jugosa de la fruta”.

Ramon Alejandro, ilustraciones para Cuerpos en Bandeja, 1998. Foto: Especial

A propósito de este libro, llega, acaso por una asociación arriesgada o por una suerte de patente de corso, la figura de Penélope. Ella teje y junta, en cruces y puntos, hilos para construir un paño de temas y símbolos e historias de hombres que no regresan a casa. Lo que se encuentra en el exterior es provechoso para crear un telar, un paño, que le permite explicar lo que afuera y a ella acontece. Sin embargo, lo importante es la creación, el movimiento que une cada hebra para construir un entramado o andamio o soporte para el ensayo que siempre son los días, o las noches, las relaciones o los sitios, la espera por el héroe, es decir, los lazos que Penélope forja con el exterior. González Esteva une las frutas bajo el entramado del erotismo. Las papayas o el plátano se confirman como un nutriente que borda a Cuba. No es casualidad, que en las primeras páginas nos haga saber lo siguiente: “Lezama Lima señalaba que en el trópico cubano ´el árbol frutal forma parte de la casa más que del bosque´. Y añadía ´Forma plena la de la fruta, es la primera lección de clásica alegría. Es un envío de lo irreal, de una naturaleza que se muestra sabia, con un orden de caridad indescifrable que nos obliga a ensancharnos´”.

Cada línea es una hebra literaria que frutece y hace que su texto se nos ofrezca como el fruto que inclina la rama del árbol, en signo de generosidad o de rendición gravitacional, o también, quizá, en signo de que la tarea ha madurado y es momento de ofrecerlo a sus lectores; un producto terminado que proviene de las horas de lectura, de sus encuentros literarios, o no literarios también, de las frutas que aparecen en un poema en cuento o en un puesto en el mercado.

Ramon Alejandro, ilustraciones para Cuerpos en Bandeja, 1998. Foto: RAM

Hay una idea importante en este libro: la de darle a Cuba el decreto de que si los árboles se extinguieran en este lugar, bastaría la poesía de sus ciudadanos para reforestar su tierra: “Un solo fragmento de La isla en peso de Virgilio Piñera daría para un bosque”:

Una letanía vegetal sin trasmundo se eleva

Frente a los arcos floridos del amor:

La tierra produciendo por los siglos de los siglos

Panicum colonum, panicum sanguinale, panicum maximum

El recuerdo de una poesía natural,

No codificada, me viene a los labios

Árbol de poeta, árbol del amor, árbol del seso

Y al evocar este poema, Anne Sexton aparece, no por menos azar, sino porque Esteva encuentra que también es uno de sus hilos: “Anne Sexton proponía hacer árboles con la madera de los muebles viejos. Nuestra labor sería mucho más sencilla, apenas un trasplante: del poema a la tierra”.

Ramon Alejandro, ilustraciones para Cuerpos en Bandeja, 1998. Foto: RAM

A medida que termino el libro, que vuelvo sobre las páginas o releo ciertas ideas: “Las mujeres en Cuba llevan por cabeza, un frutero”, viene la idea de que en toda relación, amorosa, de amistad, con cierto lugar o ciertos hechos, se funda a partir de un núcleo que habrá que nutrir. A partir de una semántica. Tomar un tema y extenderlo hasta el final de los finales. Pienso, por ejemplo, en ciertas amistades que han estado con nosotros desde la infancia y de las que sabemos, aunque no lo digamos, que los recuerdos son quienes están al alcance de nuestra relación. Y así, volvemos a ellos esta y la siguiente vez, como una geografía familiar. Sin embargo, a medida que el tiempo nos hace evidentes sus cambios y sus posibilidades, no creo que los recuerdos sean los mismos, éstos se alteran en señal de que nuestra día a día los ha nutrido. Y entonces, ciertos detalles ya no parecen tan importantes, o bien, no causan tanta gracia, ahora nos parecen ridículos o graciosos y tal vez el otro, sorprendentemente, nos cambie su versión de éstos.

En la parte profunda de las relaciones, existe una semántica, un telar extendido. Cada una de ellas, a fin de cuentas, como el libro de Esteva, es una conversación de piezas que hallamos en nuestro camino, y que hemos decidimos llevarlas al centro de éstas. Queda, finalmente, esta idea de tomar una tesis y extenderla hasta su término, hacia el fin. Quizá también, como una primera cita que es exitosa porque nos reímos a mitad de la cena y ambas parte trajo, para construirla, un recuerdo gracioso; la historia que tal vez no era tan cierta, pero quedaba bien y permitía continuar; cualquier chiste que resultaba fértil y que fue válido y eficiente porque permitió poner fecha para la próxima cita: “Palabras que son cuerpos que son frutas”.

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